La pieza central de esta serie es un proyector de cine de 16mm intervenido, su mecánica fue alterada para que destruya la película que reproduce. De esta manera el cine, esa tecnología de la memoria, del documento, se transforma en una alegoría de los procesos del olvido. La imagen proyectada es la de una bandera argentina flameando que hace referencia a la que sería la primera filmación en territorio nacional, La bandera argentina (Eugenio Py, 1897). Cunado el film se detiene y el fotograma comienza a derretirse, una ola de reflexiones y sentimientos encontrados nos invade. La película se quema, algo está mal, debemos detener este daño. La ansiedad resulta mayor en este presente tecnológico donde impera lo digital: en el universo de la información inasible la destrucción física de la película nos angustia porque representa la perdida de una cosa real. Pero, ¿se un original? No hay original, es cine. ¿Quemás la bandera? No, solo una imagen. Esta congoja frente a una pérdida que no es tal impide detenerse en lo realmente original, en tanto irrepetible, que es la imagen del fotograma en su proceso transformación al exponerse por un tiempo prolongado al calor de la lámpara del proyector. Poco vale la memoria si no es materia del presente. Solo así, la historia es nuestra.